miércoles, 23 de mayo de 2012

Quiero ser empresario de mi vida


Una de las consecuencias positivas que ha tenido el convertirme en un viajero incansable al más puro estilo Willy Fog es que he aprovechado una parte de mis viajes para recuperar una afición que últimamente tenía bastante abandonada a pesar de que es una de mis aficiones favoritas: leer.

Sí, he vuelto a leer, y tras un primer libro fácil de toma de contacto, para el segundo elegí uno sobre el que tuve serias dudas sobre si leer o no: la Crisis Ninja de Leopoldo Abadía. Tuve dudas porque sabía de sobra que el libro daba una explicación sobre el origen de la crisis actual, y como es un tema muy manido, sobre el que había leído muchas cosas y tenía muchas ideas, creía que no me iba a aportar nada nuevo.

Pues bien nada más lejos de la realidad, el libro es una explicación excelente sobre los motivos que han desencadenado la crisis actual, para ello habla de los ninjas (no income, no job, no assets), del banco de Illinios, y de como una serie de artificios financieros en una economía global han desembocado en la mayor crisis financiera que hemos sufrido en el siglo XX y XXI. Y todo esto lo explica de una forma tan amena y tan sencilla que hasta un inculto como yo, en materia de productos bancarios, es capaz de comprenderlo sin mayores problemas. Sin embargo, no es la explicación de la crisis lo que me ha llevado a escribir esta entrada, es más bien una parte del libro, en la que parece que ya está cortado todo el bacalao, donde por momentos tienes la impresión de que va ser otros más de los muchos libros que he leído que analiza las causas pero no entra en las soluciones y de repente va y te sorprende.

Y en mi caso la sorpresa viene motivada porque está totalmente alineada con mi teoría, con la que os conté ya hace bastantes entradas, esa teoría en la que os decía que la solución a la crisis actual está en cada uno de nosotros, en nuestra actitud, en dejar de echarle la culpa al gobierno o a los bancos para ponernos manos a la obra, a buscar soluciones de verdad. Y me ha encantado porque une esta idea a otra de la que también he hablado en alguna entrada y que viene a decir que esta crisis es en parte una crisis de valores, cuya única solución pasa por dedicarle más tiempo a la familia, a nuestros hijos, a nuestra mujer, a estar más tiempo con ellos y escucharles, comprenderles y quererles.

En concreto todo esto se enmarca en un capítulo en el que habla de que tenemos que ser "empresarios de nuestras vidas", y eso pasa por ser "empresarios de nuestras familias", y dice así:

"La ilusión - la felicidad - en una familia está cimentada en un montón de cosas pequeñas, aparentemente sin importancia... Porque los detalles pequeños no se tienen, se viven.

Un día me puse a pensar sobre este tema y me salió una lista de cosas pequeñas que podemos intentar hacer en nuestra vida diaria. Porque lo normal es que hagamos muy pocas cosas grandes, famosas e importantes, pero sí podemos ser capaces de hacer muchas pequeñas, que convertiremos en grandes e importantes al ponerles toda nuestra voluntad e ilusión:
  • Nos tenemos que interesar por lo que nos cuenta cada uno de los componentes de nuestra familia. Tenemos que aprender a escuchar. Hacen falta menos "charlatanes" y más "escuchatanes", como decía un amigo mío.
  • Flexibilidad. A veces los horarios no se cumplen, los planes familiares se tuercen, aquello para lo que habíamos puesto tanta ilusión y ganas no sale bien. Hay que aceptarlo sin dramas. Es más, con buen humor, que es la forma de convertir cualquier problema pequeño o grande en un motivo para ser optimista.
  • Tranquilidad. Sin manías. Hay que vivir la virtud del orden y otras y hacerlas vivir, pero sin neurosis que las hagan odiosas a nuestra mujer o marido y a nuestros hijos.
  • Nuestra familia debe ser optimista. Tenemos que evitar que las conversaciones se deslicen al más negro de los pesimismos, ante lo "mal que está todo en la actualidad".
  • Sonreir todo lo que podamos, con heroísmo a veces.
  • No dejar de pasar ocasiones de decir algo amable.
  • Abortar en su inicio cualquier pequeño conflicto. Es curioso ver con qué frecuencia se originan en las familias serios problemas que son absoluta y estúpidamente desproporcionados a las causas que los produjeron.
  • Confiar siempre en quien está al lado nuestro y sobretodo en nuestros hijos. Yo sé que los hijos no siempre dicen cosas que se ajustan plenamente a la verdad, pero hay que confiar en ellos, con todas las consecuencias... Y desde luego, respetar su intimidad.
  • Dar importancia a cada uno individualmente. Tanto si la familia es de muchos hijos o de uno. Da igual.
  • Se celebra todo. En las familias hay santos, cumpleaños, aniversarios. Son motivos de unión, de alegría, de romper con la posible monotonía que puede producirse en la vida. Y hay que hacer que los que están fuera escriban o llamen. Porque así se hace familia.
  • Pedir perdón. Nadie acierta siempre. Los padres y madres, tampoco. Y es bueno ir al hijo al que se le echó una bronca destemplada y decirle: "Perdón, estaba nervioso". Y eso no merma en absoluto la autoridad, al contrario, la refuerza.
  • No empecinarse en las discusiones. La mayor parte de las cosas son opinables.
  • Contar cosas profesionales. Nuestros hijos tienen que saber a qué nos dedicamos.
  • Ser respetuoso con la libertad de los hijos.
  • Y por último, hay que recordar que la familia es de todos, no sólo de los padres, que los problemas son de todos, no sólo de los padres, y que la sacan adelante todos, no sólo los padres.
Y este es un tema importante. Porque he dicho ya, es la base de otras muchas cosas."




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